viernes, 16 de enero de 2015

Trece días en el cuarto de mi abuela

Día trece

En Cartagena, como en muchas ciudades pequeñas, dar direcciones es una perdida de tiempo. La gente prefiere dar indicaciones como: “es en la casa rosada que queda bajando por la segunda calle a la izquierda, entre la clínica y la tienda. Hay un palo de caucho en la entrada”. En la puerta de la casa de mis padres vive hace 24 años una acacia que nunca ha florecido. Ese es un rasgo que hemos usado todos para señalar la casa cuando debemos indicar donde queda. Ya hay varios taxistas de la ciudad que la reconocen así, dicen: “ah si, yo llevé ahí a su mamá el otro día. La casa de la acacia que no florece”.

Al palo de mango le pasó igual. Pasaron cinco, seis, ocho años y nada. Mi mamá hasta le pegaba con un cinturón (por recomendación de mi abuela que tenía sabiduría jardinera), pero ni una flor salió. Hasta que un día de marzo, quince años después de haberlo sembrado, llegué a casa un fin de semana de Barranquilla, donde iba a la universidad, y el patío estaba lleno de pequeñas florecitas blancas y luego tuvimos la primera cosecha. Mango con sal, jugo de mango, dulce de mango, ensaladas con mango, pie de mango, mango, mango, mango.

Mi abuela, como buena devota que era de la Virgen del Carmen, dejó este mundo el 16 de julio, día de su patrona. Hoy que es 16 nuevamente se cumple un mes de su partida y la misa se celebró en la Iglesia de la Trinidad de Getsemaní, donde reposan sus cenizas. Me paré en la puerta de la casa con Ana Dilia y mamá a esperar un taxi. Papá, mi hermana y su prometido nos esperaban en la iglesia. Antes de salir de mi cuarto eché un vistazo general y por primera vez no olía a pintura y las paredes se veían menos blancas.


Parada sobre el andén miré al cielo, estaba despejado y abierto a un sol tan brillante que se escurría entre las ramas de la acacia. Y ahí estaban, las primeras flores rojas. La acacia floreció.

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