sábado, 10 de enero de 2015

Trece días en el cuarto de mi abuela

Día siete

Llegué a las 5pm, estaba cansada y me bañé enseguida. En Playa Blanca no hay duchas, ni hay acueducto, hay letrinas y el mar.

Después de comer algo, vomité todo y luego me llegó el periodo con una semana de adelanto. Creo que todo esto tiene que ver con la Luna, anoche dormí en la playa con ella llena encima mío. Mientras me dormía, le pedía con fuerzas que me ayudara a ser feliz, que me cambiara todo por dentro. Que yo quería ser mejor. Me quedé dormida con un pareo como cama y otro como sábana. Cuando me levanté eran las 6:30am y yo estaba sola sobre la arena. Todos se habían ido a dormir a sus carpas y hamacas cuando aún era de noche.

Antes de abrir los ojos, escuché el mar y visualicé las olas azulitas rosando el borde de la arena blanca que no debían estar muy lejos de mi. Luego abrí los ojos y había una perra tetona rascándose las pulgas al lado mío, pero no me dio asco. Me tapé como si me hubiera levantado en mi cama y cerré los ojos de nuevo. La perra corrió al rato y yo me levanté a comerme una ensalada de frutas aunque lo que quería era una arepa con huevo.

Cuando llegué a casa, el cuarto estaba ordenado, olía a canela y el televisor había sido instalado finalmente frente a mi cama. Mamá me llamó por teléfono:

-       “el Niño estuvo ayer en la casa y te colgó el televisor, ¿te gusta?”
-        “si, mami, quedó perfecto. Gracias”


Luego dijo que volvería en la noche, pero cuando empecé a vomitar solo quería que estuviera conmigo. La llamé y vino a casa, me dio una pastilla y me puso una bolsa de agua caliente en la barriga para los cólicos. Dijo: “Eso es hijita, estás botando todo lo feo para darle espacio a lo nuevo. Tu no te preocupes que está todo bien”. Sonó como una bruja buena y sabia. Yo le creí y mientras ella decía que me amaba abrazada a mi espalda, yo me quedé dormida.

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