Día
nueve
Uno
a veces se levanta en la mañana, mira por la ventana del cuarto de su abuela y
dice: “todo está bien, no quiero fumar porro”. Entonces, se baña y se pone
bonito. Se pone las gafas de sol que le quedan bien y sale a la puerta a coger
un taxi. El piropo del tendero paisa del frente no le afecta porque uno sabe
que hoy si que se merece el chiflido. Llega a la oficina, le sonríe a todo el
mundo, se toma el tinto hablando con la recepcionista sobre lo caro que están
los taxis en Cartagena, “es grave la situación”, dice. Uno se sienta, lee,
escribe, hace informes, contesta mails, se reúne con el jefe, se siente segura
en el trabajo, se toma 2, 3, 5 tintos y sigue queriendo más. Sonríe, piensa que
ya esta historia no tiene sentido porque todo está bien y el ciclo ha acabado,
el sagrado corazón de la abuela lo acompaña a uno a donde va. Pero luego, llega
a casa y de nuevo, nada. Normal, a nadie le gusta tener a su hija de 29 años deprimida
en casa, mucho menos a su hermana mayor portándose como si tuviera 15 cuando
hay una boda que organizar. Entonces abre la misma ventana de la mañana y saca
del cajón de los calzones un porro y se lo fuma desconsolado pensando en que
todo está perdido.
Las
sábanas están sucias, el baño todavía tiene arena, mis zapatos siguen rotos. Mi
hermana menor tiene dos años menos, pero parece que tuviera 5 más. En realidad,
parece que yo tuviera 5 menos.
Ella
es ingeniera, con maestría de una de las facultades más prestigiosas de Europa.
Siempre ha sido bien puesta, le gusta la decoración, la cocina y la jardinería.
Viaja constantemente, tuvo novios (pocos), ha tenido una carrera brillante y
ahora está lista para casarse. Yo por mi parte, estudié algunas cosas, algunas
las terminé y otras no. Trabajé en una cosa, luego probé en otra, después
fracasé en otra, hasta que encontré algo que disfruto, pero las retribuciones económicas
son, digamos que poco atractivas.
Papá
teme por mis finanzas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario