jueves, 15 de enero de 2015

Trece días en el cuarto de mi abuela

Día doce

La sensación térmica en la calle es de casi 40 grados centígrados. Respirar profundo no es fácil a esos niveles. Salir del aire acondicionado, menos. En los dos últimos meses he tenido pocos viajes de trabajo y paso las horas del día dentro de la oficina. La dinámica laboral ha estado amable últimamente y entregarse a las letras, los libros y la gente que viene y que va es una buena forma de pasar el tiempo.

El New York Magazine tiene una periodista que no para de escribir sobre cosas que le pasan a las mujeres de 29 años. Yo la leo y asiento con la cabeza cada vez que termino un párrafo. El último que escribió dice que es en esta época en la que uno siente que arrancó lo bueno y que todas las experiencias acumuladas de los 20 hacen que uno se tome más en serio el lugar donde está. Pues eso, me siento muy en serio en este momento.

Pasé el día consagrada a planear la noche, hoy hay una fiesta champetera. Animé a más de 10, los junté a todos en la puerta del bar frente al Parque Centenario y cuando ya estaban todos adentro, me vine a casa. El calor me da sueño y mañana debo trabajar en la mañana.

De los recuerdos más viejos que tengo de mi abuela, está el de sus tetas de sesentona cuando yo era una niña. Ya estaban caídas, pero seguían teniendo cierto tipo de firmeza y suavidad. Mi abuela era una mujer bajita, de 1,55 no pasaba. Era blanca leche y su pelo era liso y marrón oscuro. A pesar de su estatura era maciza, me pudo alzar hasta que tuve 5 años. Me dormía en su pecho y ahí podía sobar la piel que quedaba encima de su escote con tanta delicia que mis parpados se caían de la felicidad. Me quedaba dormida casi borracha por su olor a talco, laca y pachouli.


A la 1 de la mañana ya estaba en la cama, el aire prendido, las luces apagadas, la televisión en silencio y una placidez en el cuerpo que me hizo reevaluar la importancia del sexo si uno puede pasar la vida en pijamas de algodón. Según la charla a la que fui en la tarde sobre la escritora barranquillera Marvel Moreno, ella decía que una chica bien puede hacer todo lo que quiera, pero debe también saber cómo mantener lo más privado en secreto. Empiezo a estar de acuerdo, sobre todo porque hay que saber escuchar a aquellos que admiramos, especialmente si están muertos.

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