Es probable que el día que naciste, el corazón de tu madre se hubiera parado por algunos segundos y por cuestiones del destino no hubiera muerto y hubiera tenido la fortuna o la desgracia de vivir a tu lado por el resto de su vida. No lo digo para ofenderte, sabes bien que nunca fue mi intención hacerte daño, en cambio lo digo porque es desde ahí que te amo, desde ese punto en el que no se si ha sido increíble o terrorífico que existas.
Cuando te conocí estabas en esa época en la que quería ser un mejor hombre, en la que te cansaste de ser tú y decidiste que podías ser otro. Entonces te me presentaste porque viste en mí tu salvación, creíste que mi luz se pegaba como un virus. En cambio, yo me acerque a ti movida un poco por compasión, un poco por curiosidad, un poco por eso que hace que la gente quiera estar contigo, ese dulcecito agrio que pueden tener tus palabras, ese olor a vicio que tiene el espacio en el que te mueves, ese que hace sentir cómodo hasta al mas desubicado de los seres. Tal vez deje que te acercaras mucho y me emborrachaste con tu aliento, y contigo pudo más el instinto que las ganas de iluminación y mejor vida.
Entonces, me saltaste encima con el ímpetu animal que caracterizan tus movimientos. Me dejé atrapar como presa expuesta, sabiendo claramente que yo si tenía las garras suficientemente afiladas como para hacerte daño si eso quería. Pero no lo hice, me deje cazar. Sonreíste mientras me comías, porque disfrutaste cada pedazo como si fuera carne cruda, mi carne cruda, tú eres un caníbal. Me agarraste como nadie lo había hecho, me clavaste el diente hasta el fondo del vacío y me desangré despacito, de a poco.
No te miento, yo también sonreía mientras lloraba, yo también gozaba mientras sufría, yo también mordí profundo y probé tu sangre. Me gustó a lo que sabias y es por eso que después de ese día, decidí repetir 500 veces ese momento y ser la presa de muchos hasta quedar desgastada por el uso, decadente y arrastrada por ahí.
No quedó sombra de mí, porque vuelvo y te confieso, que alguna vez soñé con ser un ángel, alguna vez me sentí buena y me sentí como una princesa fucsia cabalgando por el bosque, me sentí Blancanieves perdida en el mundo con un pedazo de manzana atravesado en el pescuezo, me sentí esa. Pero hoy después de todo, créeme como crees en lo que más creas, que en lo único que creo en este momento, es en que aún siento el sabor de tu sangre en mi boca.
¿Te acuerdas esa época cuando sentir el amargo dulce en la garganta era tan común como abrir los ojos? esa en la que todo estaba acompañado de un olor a whisky derramado, ese olor que llenaba nuestras horas huecas de un poco de sentido. Yo si la recuerdo y la extraño con temor. No de de tí, jamás me asustaron tus actitudes sórdidas, ni tu mirada asesina. En cambio, podría decir que el temor era por mí, por lo que éramos los dos juntos. Lo extraño tanto como el olor del éter, el olor de tu aliento, el calor de tu sangre y la lascivia en tu voz pidiéndome un poco más de mi saliva, un pedazo mas de mi piel.
Esa era la época cuando estábamos perdidos y buscábamos darle forma a lo inocuo, profundidad a lo vacío, viciar nuestros temores, adormecer nuestro dolor... ¿como más quieres que te lo diga?, a la larga tu sentías ese sinsabor tanto como yo, las sonrisas cínicas nunca fueron suficiente para engañar nuestra propia inteligencia.
No te engañes que yo no lo he hecho, nunca fue amor, era necesidad. Me decías que me amabas mientras te tenia entre mis piernas, yo te decía que te amaba de vuelta cuando te sentía en mi, me dejaba llevar por el humo gris que envolvía la habitación, mi cabeza nublada, mis hombros ardiendo, mi boca empapada, sudor en el pecho, mis pies en tu espalda, mis dedos dormidos, movernos despacio… “lámeme la boca que no la siento”. Terminábamos lento, esas eran nuestras formas de placer. Fue algo así como dibujar un paisaje perfecto y creer que seria posible caminar por él, o mejor aún, como despertar inerte bajo el sol de una mañana de primavera, todo daba lo mismo, a la larga lo verdaderamente vivo estaba fuera de nuestros cuerpos.
Con el pasar del tiempo se hizo cada vez mas imposible mirarme al espejo y ver una princesa, en cambio mis formas fueron cambiando y mis ojos se oscurecieron ensombrecidos en un espesa neblina, no era Dios y jamás fui un demonio, pero contigo a mi lado penaba entre un claro oscuro romántico y gótico. El rosa mutó lentamente y volvió a sus primarios, blanco, negro y rojo.
Siempre estuve herida y cuando tu pensabas que ya no podías hacerme sentir mas dolor, yo te lo hacia a ti porque me hice adicta a la sangre, me hice adicta a esto que nos siguió uniendo mucho tiempo más.
No hay finales felices para este tipo de historia, por el contrario, hay un continuo acontecer de hechos que se van sumando a la pesadez de los días. Ella siempre quiso huir, pero huir ya no era una opción, no había nada a lo que volver; el siempre quiso que huyera, sin embargo, el sol volvía a salir y ellos seguían atados a la cotidianidad casi nauseabunda que cubría todos los rincones de su pequeña habitación.
Todo siguió pasando, repitiéndose día con día, una y otra vez: gafas oscuras, marihuana, sonrisa torcida, noches sin sueño, despertares sin sol mas amargos que el vacío, planes de mejor futuro que comenzaban y terminaban justo cuando volvíamos a olvidarnos, a abandonarnos, caminar sobre los pasos ya recorridos, reconociendo lo ya conocido en cada experimento. Poco a poco desapareció la sorpresa y la simplicidad de ser candido. Esta, antes muy conocida sensación, se convirtió lentamente en la mirada maliciosa del que lo ha vivido todo y le causa gracia reconocer en todas partes la miseria del otro.
Fue en ese preciso instante cuando pude reconocer que lo que estaba viendo era mi verdadero reflejo, había encontrado en todas esas miradas el espejo que pensé me había abandonado, pero la realidad… la realidad fue que siempre estuvo ante mi, pero mi ojos estaban nublados y mi mirada perdida, hasta ese momento.
Entonces ya nada siguió pasando, recogí lo poco con lo que llegué y regresé a la vaguedad. Fue el primer paso que di hacia mi misma, muchos años después lo reconocí como el primer paso hacia reconocerme como entidad, hacia reconocer todo el amor que había en mi. “Adiós” dije, y cerré la puerta sin miedo”
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