De repente me vi encerrada en un entorno desconocido, la vida tal cual la conocía había terminado para siempre. Mamá se ha ido, Edouard ha muerto, Mattheu desapareció en el mundo... en esta casa solo quedamos yo, mis hijos y los fantasmas de muchas otras épocas. Todos me hablan, pero yo no escucho a nadie.
Madame Queleu acompaña en silencio la ausencia del todo que subyace entre los rincones repletos de nada. Los niños son fuertes, lloran poco, pero observan todo. Son ángeles redentores, mártires de una guerra perdida.
La miseria oscurece las paredes de todas las habitaciones. El sol sigue saliendo y el cielo sigue tan azul como en aquellos días argelinos. Pero el jardín ensombrecido por la maleza del descuido, ya no me apetece.
Mande a tirar el muro, era solo imaginario. La gente pasa y pasa, mirándome, mirándonos. Se burlan con pena, pero soy yo la que siente pena por ellos, no entiende nada. Incluso por mi que tampoco entiendo: ¿Como funciona el mundo en este plano tan absurdo?
Podría saltar al abismo como lo hizo Edouard; o escapar como lo hizo mamá, llena de vergüenza. Pero el resultado seria el mismo, he vivido todo este tiempo en caída constante, alienada del mundo real, no tengo a donde ir.
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