El conjunto social al que pertenecemos, como miembros del mundo en el que vivimos, nos brinda las múltiples posibilidades de comportarnos, pensar, reflexionar y actuar dentro de determinados modelos y normas. Dichas normas están enmarcadas ellas mismas por conceptos y dogmas que se quedaron viviendo en nuestros propios imaginarios colectivos como verdades absolutas e irrefutables. De vez en cuando tiene el privilegio una generación de ser testigo de una revolución, en la que el ciclo vuelve y comienza, para que nuevos fundamentos presidan nuestras vidas. Nisbert propone el cambio como, “una sucesión de diferencias en el tiempo en una unidad persistente”[1], siendo esta unidad persistente el espacio, no siendo este el que muta, sino el que permanentemente habitamos dentro de sus propias trasformaciones.
En un mundo como en el que vivimos hoy, en el que todo cambia constantemente sin dejar espacio a la digestión de la situación actual para pasar al siguiente tema, entender razones y consecuencias, para después entenderse uno mismo en medio de este contexto, se hace cada vez mas difícil, ya que el tiempo, a diferencia de lo que puede decir algún físico dedicado, pasa mas rápido e inconstante que en otras épocas. No hay lugar para detenerse un instante y analizar los elementos que nos propone el espacio. Es a partir de esta inquietud social, creativa y sensorial que parte mi necesidad de adentrarme en el mundo de la semiótica. Entendiendo esta como “la ciencia que estudia la vida de los signos en el seno de la vida social” según el lingüista Ferdinand de Saussure, o como la “relación entre el sujeto que conoce y el objeto conocido en búsqueda de la generación de sentido[2]” que es como la define el teórico de la semiológica estructural, Gremais
En un mundo donde la palabra escrita esta siendo, en gran medida, subvalorada, para dar paso a medios más sencillos de descodificación, un escritor puede sentirse frustrado y mudo; abandonado a su propia suerte en medio del caos de su mensaje no leído. Un mundo que se pierde en la desmesura del facilismo que propone lo inmensamente visual y evidente, dejando a un lado la posibilidad de reflexión y análisis sobre la información, permitirse tener ideas propias y distintas una de otras sobre el mismo objeto. Leer mas allá, ver mas allá… reconocer elementos relacionados y ser capaces de hacer uso de la dialéctica, sin ofender la inteligencia de los otros, ni la propia. Desarmarlo todo y observar cada una de sus partes, para luego entenderlas como compuesto de algo más grande. El mismo Eco decía en su libro “La estructura ausente” que “los sistemas de significados se constituyen en estructuras que obedecen a las mismas leyes de las formas significantes”[3].
Entonces, el escritor entiende que incluso aquellos lenguajes, supuestamente facilcitas y evidentes, no lo son tanto, guardan en ellos una serie de signos y códigos que se relacionan directamente con aquel que lo esta observando, sea quien sea el observador. Son lenguajes más asequibles, menos elitistas. Finalmente la cultura es directamente un fenómeno de la comunicación, y es a partir del entendimiento de este concepto, donde se hace mas sencillo dejar de juzgar y ser simplemente observador y en ultimas vividor de esta verdad irrefutable. A cambio de dejar a un lado la frustración que pueden producir los clichés y banalismos de los elementos mas destacados de la cultura contemporánea, se prefiere entenderla desde adentro, desglosando sus partes y tal vez de alguna manera llevar alguno de esos elementos mas allá o mas profundo, desde su base hasta su evolución.
[1] Nisbert, Robert. Cambio Social. El problema del cambio social. Alianza Editorial. P. 12
[2] Greimas, Algirdas. On Meaning: Selected Writings in Semiotic Theory. London: Frances Pinter.
[3] Umberto Eco. La estructura ausente. Editorial Lumen. 1994.
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