Mar fue al supermercado por pura necesidad, su nevera estaba vacía hacia una semana y necesitaba alimentarse. El aburrimiento de una caminata nocturna en pleno sábado en la noche no le hacia mucha gracia, pero la soledad de su departamento era aún mas patética. Salió casi en pijamas porque encontró inútil ponerle mas empeño a su aspecto en un día como aquel, y como cualquier otro de las últimas semanas. A la larga, no encontraba merito a un poco de fachada a lo que, para ella, ya estaba dañado por dentro. La monotonía de los días vacíos, de aquellas temporadas ausentes de cualquier tipo de sentimiento o sensación invadían su cotidianidad, las horas pasaban con una velocidad inconstante en el reloj de pared de su alcoba, mientras ella debajo de sus cobijas veía las agujas girar y girar, absorta e inmóvil, perdida entre el entendimiento de la profundidad del espacio y la calidad del aire que creía respirar.
La luz blanca y poderosa del super, que podía ver desde un par de cuadras antes, le llegó como caída del cielo, ¿que mejor lugar para divagar que el callejón de las latas de sopa? Tomo un carrito y con la cara absurdamente neutra, caminó lentamente comenzando por las verduras.
Mientras Tomás preparaba los últimos detalles para la velada de aquella noche, descubrió con horror que había olvidado comprar casi la mitad de los ingredientes de la cena. Era noche de conquista y había trabajado mucho a esa nena para que por un descuido pasajero, no pudiera preparar el único plato que sabia cocinar. Faltaba un poco menos de media hora para que llegara, así que agarró la billetera y salió con prisa. “Siendo sábado en la noche no podía estar muy lleno el super” pensó. Mientras caminaba, se concentró para recordar un par de razones lógicas que lo hicieran sentir emoción o por lo menos deseo de su próximo encuentro, pero dentro de si solo encontraba apatía. Ella no era nada de lo que el buscaba, pero era la que todos los demás querían.
Entro al Super, tomó una canasta y se dirigió la sección de pastas.
Mar recordó su amor por los olores cuando llegó a las frutas, nadó entre los duraznos escogiendo los mejores, los llevaba a su cara y los olía profundadamente mientras, con los ojos cerrados, se dejaba transportar a algún día de verano. A unos pocos metros, mientras Tomás recordaba la diferencia entre tallarín y espagueti, como por reflejo volteó un par de minutos la mirada buscando la presencia de alguna amable señora que lo sacara de su duda, pero en cambio, descubrió la absurda escena que lo sacó momentáneamente de su irrelevante dilema. Una pelirroja despeinada, en pantuflas de colores y saco de invierno, extasiada entre las frutas como si fuera lo más hermoso que hubiera visto en su vida. Sonrió solo y sin complicidad evidente, la observó con cara de niño y quiso ser ella, tan poco aferrada a la opinión del mundo alrededor suyo, tan inmersa en el suyo propio, capaz de todo… capaz simplemente. Entonces Mar terminó de escoger sus duraznos y continúo su recorrido. Tomas volvió a lo suyo desconcertado y se decidió por los tallarines.
Ambos caminaron un par de minutos conversando atentamente con sus propios pensamientos, absortos por los colores de las repisas. “Que vendrá después”… “Que sentido tiene…” “Será lo mejor…” “Habrá algo mejor…” “Será siempre así…” “Acabara pronto”.
Mar terminó con las verduras y le dio un poco de pereza continuar con lo demás, así que decidió pasear con su carro por todos los pasillos, muy lentamente, viendo por encima sin ningún punto en particular. Mirando entre los espacio de los pasillos paralelos con los ojos entre cerrados tratando de enfocar, freno de repente cuando encontró algo que no estaba buscando. Sonrió maliciosamente como hacia mucho tiempo no lo hacia y su instinto sugerente retorno como en aquellas épocas que tenia olvidadas. Lo pensó un par de segundos y corrió por los pasillos buscando ayuda para su aspecto. Frente a un espejo se soltó su largo cabello rojo, se quitó el viejo saco gris y se burló un poco de su descuido. No, no tenia arreglo, pero no le importó. Corrió de vuelta y lo buscó por todos lados, pero no lo encontró. Había desaparecido. Tal vez se lo había imaginado en su afán de relevancia. Decepcionada, decidió volver a casa a seguir hundiéndose en la espesa nostalgia depresiva en la que se había convertido su vida. Llegó a la caja y empezó a hacer la fila.
Tomás estaba a punto de arrepentirse de sus planes nocturnos, seguía sin encontrar razones y el fastidio de aguantarse a alguien tantas horas sin tener nada en común lo tenia incómodo. De cualquier, manera tomó todo lo que tenia en su lista y camino mirando al piso hacia la caja. Era solo una noche, era solo una nena.
Un olor a vainilla lo hizo levantar la mirada y gratamente sorprendido, encontró frente a él a la pelirroja graciosa de las frutas, se había soltado el cabello, era de ahí de donde se desprendía aquel aroma infantil pero cargado de sensualidad que le quitó la tranquilidad. Quiso lamerla un poco, pero se contuvo sin esfuerzo, para hacerlo en su imaginación. La miró fijamente buscando su atención, sus ojos miel en los suyos, su cuello largo doblado exquisitamente hacia su lado, sus labios húmedos regalándoles una sonrisa. No lo consiguió, entonces fue más invasivo. Adelantó el brazo y rozando sutilmente su mano, tomó un chocolate del mostrador… fue en ese preciso instante que sus miradas se cruzaron. Tomás y Mar se respiraron encima, como premeditando un beso que nunca se darían. El pequeño instante que sintieron eterno, pasó tan lento como rápido, como las agujas del reloj de pared, como los pensamientos perniciosos, como las ganas de que todo fuera diferente, para encontrar finalmente que todo es igual.
Ella regresó la cabeza con el corazón desbordado, tratando de poner cara de normalidad, si es que eso existía. El pensó en mil formas de comenzar a hablarle, las ensayó mentalmente mientras pasaban las dos personas que estaban antes de ellos. Incluso, cuando ella ya estaba pagando, seguía con el impulso en los labios y en las manos. Mar lo estaba esperando. Tomó sus bolsas y lo miró por ultima vez pidiéndole sin hacerlo que le diera una señal, que le diera una sonrisa implicada, una palabra de invitación, un gesto que la incitara a ser loca y dejar de pensar. Pero no lo encontró, por lo menos no dentro de sus propios códigos. Así que finalmente se dio vuelta y mientras el comenzaba a pasar sus cosas en la caja, ella caminó lentamente hacia la puerta. Cuando finalmente salió, recobró su velocidad normal y con cada paso fue olvidando el episodio. Pensó en ella y se sintió mas tranquila, como liberada, era hora de salir de la nube negra.
Tomas pagó lo mas rápido que pudo y corrió hacia la puerta, salio súbitamente esperando encontrarla parada en alguna esquina, pero no fue así. De camino a casa lamento su cobardía. Cabeceo volviendo a la realidad, su nena estaba por llegar.
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