La memoria se evaporó, esta sería la mejor aproximación a lo que había ocurrido con todos los archivos de su vida. En sí misma no había nada, solo un vacío sin dimensiones, enorme y oscuro. No había dolor ni tristeza por pérdida. No había recuerdo alguno de nada, no recordaba siquiera cual era el sonido de su voz, ni el color de su piel. Es posible que no recordara como sentir.
Abrió los ojos después de meses de un sueño largo del que tenía la sensación había sido muy placentero, pero era solo una vaga impresión porque al parecer, tampoco recordaba detalle alguno de este.
La luz de la tarde entraba de frente por la ventana. Un lindo día de primavera caribe (algo que al parecer veía por primera vez) y se vio totalmente conmovida por la inmensidad y brillo de las enormes y aterciopeladas nubes, increíble contraste con el azul profundo del cielo de las 4:30 de la tarde. Sintió la necesidad de alcanzarlas y probarlas, en el proceso descubrió sus manos. Las miro, las sintió entumecidas como muchas picadas que produjeron dolor pero ganas de reír al mismo tiempo, se movían. Las levantó y las miro fijamente. Con la luz que se le metía por los dedos descubrió la forma de estos y de igual manera descubrió que se movían cada uno por separado. No supo cómo llamarlos, pero si descubrió en seguida que con ellos podía agarrar y tocar. Los estiró lentamente hasta un tubo de metal cercano y sintió su temperatura fría. Le gustó, así que lo apretó fuerte y luego lo soltó cuando descubrió que tampoco era posible llevárselo a la boca.
Siguió manoseando todo, reconociendo el espacio hasta que de pronto, como magia, sintió una energía envolvente que la recorrió desde los pies hasta la cabeza, se enrizó y sonrío abstraída por ese momento. Fue tan fugaz que con el fin del instante se sintió devastada. Así que arrancó a llorar desconsoladamente con todas las fuerzas que le permitió su cuerpo. Pero fue casi enseguida y muy de repente que lo sintió de nuevo. Entonces, el llanto ceso y se acostumbró pronto a la idea de sentir esos momentos de felicidad en intervalos.
Estuvo sola por un largo rato, pero no tuvo concepción de esto porque no sabía tampoco lo que se sentía estar en presencia de alguien más. Ojalá hubiera podido quedarse para siempre así, sumergida en un mar de novedades, reconfortada ante la sensibilidad de su propia piel.
Pero entonces pasó lo inevitable. Escuchó un sonido y vio como la enorme pared blanca se abría y dejaba entrar más luz desde otra perspectiva. Primero las formas cambiaron, luego sintió la presencia de otro igual a ella. Se sintió intimidada ante el descubrimiento, pero no pudo hacer nada, estaba totalmente paralizada.
Perder la inocencia es reconocer la multidimensionalidad de todo. Trascender el momento y hacerlo llegar más allá de lo que alguna vez pensamos que era posible. Reconocer el lado oscuro, descubrir que detrás de la refracción de la luz, existe la sombra. Entender la magnitud de las cosas, hacerlas nuestras, o peor aún, ajenas. Es dudar ante la certeza, es cuestionar el propio ser incluso sabiendo que es lo único verdadero. Olvidar el miedo, abrazar silenciosamente la posibilidad de no ser felices nunca más y quedarse encerrado para siempre en ese momento. Entonces, la falta de poder sobre si mismo trae la inminente duda sobre un cuestionamiento que nunca debió ser. Preguntarse si se es realmente, si “existo”. No hay respuesta.
La puerta se abrió con la delicadeza inofensiva de la complicidad. Un cuerpo amable se acercó y regalo su calor al suyo con especial afecto. El miedo estremecedor producido por la vulnerabilidad de la pequeñez de su propia materia, pronto mutó al confort de los brazos prestados de quien podría ser su dios y su más anhelado refugio. Cerró los ojos en el pecho de su madre y en ese instante de gloria, con el regreso de la brisa, recordó amar.
*A mamá y sus dias de primavera con flores rosa
Abrió los ojos después de meses de un sueño largo del que tenía la sensación había sido muy placentero, pero era solo una vaga impresión porque al parecer, tampoco recordaba detalle alguno de este.
La luz de la tarde entraba de frente por la ventana. Un lindo día de primavera caribe (algo que al parecer veía por primera vez) y se vio totalmente conmovida por la inmensidad y brillo de las enormes y aterciopeladas nubes, increíble contraste con el azul profundo del cielo de las 4:30 de la tarde. Sintió la necesidad de alcanzarlas y probarlas, en el proceso descubrió sus manos. Las miro, las sintió entumecidas como muchas picadas que produjeron dolor pero ganas de reír al mismo tiempo, se movían. Las levantó y las miro fijamente. Con la luz que se le metía por los dedos descubrió la forma de estos y de igual manera descubrió que se movían cada uno por separado. No supo cómo llamarlos, pero si descubrió en seguida que con ellos podía agarrar y tocar. Los estiró lentamente hasta un tubo de metal cercano y sintió su temperatura fría. Le gustó, así que lo apretó fuerte y luego lo soltó cuando descubrió que tampoco era posible llevárselo a la boca.
Siguió manoseando todo, reconociendo el espacio hasta que de pronto, como magia, sintió una energía envolvente que la recorrió desde los pies hasta la cabeza, se enrizó y sonrío abstraída por ese momento. Fue tan fugaz que con el fin del instante se sintió devastada. Así que arrancó a llorar desconsoladamente con todas las fuerzas que le permitió su cuerpo. Pero fue casi enseguida y muy de repente que lo sintió de nuevo. Entonces, el llanto ceso y se acostumbró pronto a la idea de sentir esos momentos de felicidad en intervalos.
Estuvo sola por un largo rato, pero no tuvo concepción de esto porque no sabía tampoco lo que se sentía estar en presencia de alguien más. Ojalá hubiera podido quedarse para siempre así, sumergida en un mar de novedades, reconfortada ante la sensibilidad de su propia piel.
Pero entonces pasó lo inevitable. Escuchó un sonido y vio como la enorme pared blanca se abría y dejaba entrar más luz desde otra perspectiva. Primero las formas cambiaron, luego sintió la presencia de otro igual a ella. Se sintió intimidada ante el descubrimiento, pero no pudo hacer nada, estaba totalmente paralizada.
Perder la inocencia es reconocer la multidimensionalidad de todo. Trascender el momento y hacerlo llegar más allá de lo que alguna vez pensamos que era posible. Reconocer el lado oscuro, descubrir que detrás de la refracción de la luz, existe la sombra. Entender la magnitud de las cosas, hacerlas nuestras, o peor aún, ajenas. Es dudar ante la certeza, es cuestionar el propio ser incluso sabiendo que es lo único verdadero. Olvidar el miedo, abrazar silenciosamente la posibilidad de no ser felices nunca más y quedarse encerrado para siempre en ese momento. Entonces, la falta de poder sobre si mismo trae la inminente duda sobre un cuestionamiento que nunca debió ser. Preguntarse si se es realmente, si “existo”. No hay respuesta.
La puerta se abrió con la delicadeza inofensiva de la complicidad. Un cuerpo amable se acercó y regalo su calor al suyo con especial afecto. El miedo estremecedor producido por la vulnerabilidad de la pequeñez de su propia materia, pronto mutó al confort de los brazos prestados de quien podría ser su dios y su más anhelado refugio. Cerró los ojos en el pecho de su madre y en ese instante de gloria, con el regreso de la brisa, recordó amar.
*A mamá y sus dias de primavera con flores rosa
Cherry Blossom Girl
Simlemente...! precioso!!!!!! Un beso,niña hermosa.
ResponderEliminarMedicamente no es posible una desmemoria total del cuerpo. O mejor, no se conoce alquien que haya podido reportar la perdida del reconocimento de su propio cuerpo. El daño cerebral sería demasiado grande como para rcuperarse tan plácidamente, como supone el cuento.
ResponderEliminarRegresar al origen, es activar la conciencia de donde venimos, es despertar a nuestra única y verdadera misión... el Amor.
ResponderEliminarVenimos al mundo como abuelos, simples y sabios... sin la compleja estructura de la razón, solo con el firme propósito de unificar el pensamiento para encontrar el sendero de la eterna felicidad.
...Ahora es así, como lo recuerdo.