viernes, 26 de febrero de 2010

Mi DIos..

Pequeñas partículas de agua adornan dulcemente el área de convergencia en el que se unen los miedos y las alegrías, en un día cualquiera, en un apartamento de cualquier barrio, sobre un sofá cualquiera, en el que duerme una cualquiera impertinente, que se reusa a caer en la tan conocida depresión de la incertidumbre y prefiere dedicar su tiempo ausente de tarea productiva a pintar sus uñas con la delicadeza de un orangután. Meticulosamente observa sus manos llenas de historias: dedos que han tocado sueños, acariciado ángeles, hecho música, rasgado con sadismo la piel del enemigo… dedos que se pasean por los muros de las calles que a veces parecen vacías y silenciosas para que ella las camine con el permiso que se concede ante la ausencia del miedo, y dedos que han escrito cansados e insufribles las interminables historias en las que no pasa nada, pero están cargadas de imágenes fugaces que arman el cuadro general del alma de uno o muchos.
El alma, energía, espíritu… existe mas allá de su carencia de forma y tiene mas poder que la misma masa, ya que esta sin energía es igual a la nada. Perder la fuerza es perder la vida.
Creer es saber que se existe y solo a través de la fé creamos nuestro propio Dios, aquel que vive dentro de cada uno y al que se le habla cuando es necesario ser escuchado por alguien mas que el otro. Cuando es necesario escucharse a si mismo.
Deja a un lado lo que hace para regresar su mirada al cielo, como es habitual la deleita lo inmenso de la profundidad sobre lo que para los iguales es el todo sobre sus cabezas. Recuerda la dulce infancia, la seguridad que impartía el amor de la madre y la sabiduría del padre. El amor que se va convirtiendo lentamente en la religión de cada día, volverse lentamente en la más ferviente de todas las creyentes, el saber que es lo único verdadero.

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