miércoles, 9 de diciembre de 2009

EL PINTOR TRISTE

Abraza la soledad como algo sublime y majestuoso, pero más que nada en el mundo, siente fascinación por la mirada de los extraños sobre él, ser visto y admirado. Rodearse de muchos y convencerse segundo con segundo que no pertenece trae a él los rasgos melancólicos que siempre se manifiestan ante si mismo parado frente al espejo. Es adicto a la tristeza y se rinde ante ella sin resistencia alguna.

Le gusta la compañía y más que nada, el reconocimiento, porque es así como puede poner en otros la responsabilidad de su propia felicidad que parece prestada y distante. Esa que de vez en tanto, puede palpar y reconocer en medio de su propia curiosidad. Pero es por esta misma razón, que al final de cada etapa, de cada ciclo, la dicha se esfuma y se siente más cansado y más solo que nunca. Entonces regresa a su estado más natural y más triste, elevado en el estupor de los tonos grises que colorean su vida, saboreando el dolor que lo hace grande.

Coloca sus cuadros en las galerías vacías con la minuciosa estética de quien mira un atardecer ensombrecido por las nubes cargadas de lluvia. Sabe que lo que tiene al frente es bello y maravilloso, pero indiscutiblemente también oscuro y traslada la esperanza de seguir siendo uno, hacia un lado muy dramático. Siente la necesidad de que quien vea su arte, sienta la misma angustia que el sintió cuando lo estaba creando. Es por esto, que cuando la colección esta en orden y lista para ser mostrada al público, en los enormes salones que prestan su espacio al reconocido artista en el que se ha convertido, llora desconsolado, escondido en el rincón mas perdido del lugar, envuelto entre los sentimientos retenidos y luego añorados, que sostienen cada pintura, su arte… su vida.

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