Apareciste porque si y te fuiste porque así debía ser. La eternidad la viví a tu lado en un día y por ser eterno sigues aquí. Porque para sentirte solo tengo que levantar la cara al cielo y cerrar los ojos; como si fueras lluvia llegas a mí. Con las primeras gotas, aparece una sonrisa que me desconoce, mis manos sudan y acarician lo que tocan, entro en trance, te has convertido en mi droga.
La perpetuidad del momento me seduce, igual que la suavidad de las primeras caricias, con las que medimos los limites y los declaramos inexistentes; el recuerdo del roce de tu lengua en mis piernas hacia lo profundo; explorar tu piel con mis labios descubriendo cada uno de los puntos que te llevan al abismo; el primer momento en que sentí tu pecho contra el mío con aquella violencia que genera el deseo, y la desnudez nos sumergió en sudor e instintos.
Te toque para encontrar placer en tu cara… en tu cuerpo, y fue así como te conectaste a mi, y desde ese momento podía leerte. Me tocaste hasta hacerme estallar extasiada, me volviste energía que inundo el espacio y ya no recordé más que había dos cuerpos. Me deleita evocar aquel instante, en el que fuimos uno y me besaste siempre, entraste en mí con la facilidad que otorga la humedad y la química, me descubriste toda, y sin cohibiciones, trastornaste mis sentidos hasta agotar mi último suspiro.
Fui más que humana, fuiste más que hombre y fue por eso que solo nos permitimos ser un diminuto instante. Creamos un paralelo de la realidad adversa que forma nuestra cotidianidad, detuvimos el tiempo.
Mis ojos siguen cerrados aunque ya paso el momento, en mis parpados están escritos con tinta invisible los detalles de tu mirada y tu boca. Me gusta leerlos uno y otra vez hasta que temo que te vuelvas delirio. Eres nocivo para mi sensibilidad.
Febrero de 2008
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