(Declaración de libertad... Buenos Aires, Agosto de 2007)
Un disparo me sacó de un sueño no muy profundo. Si, había sido un disparo, me lo repetí varias veces antes de abrir los ojos; incluso con ellos ya abiertos, seguía escuchándolo en mi cabeza. No fue muy cerca, pero si lo suficiente para sacarme de mi ritmo nocturno. No soñaba nada en espacial, solo dormía, así que en realidad, no lamentaba tanto estar despierta.
Entro en razón para darme cuenta de que estoy empapada en sudor, la humedad de las sábanas y la pijama pegada a mi piel hicieron tan incómodo el momento que es imposible seguir durmiendo. No queda más remedio, me levanto y empiezo a pensar. Miro el reloj, son las 4.05am. No hay mas remedio, ya no puedo volver a la cama.
Abro la nevera, hago el mismo recorrido visual de siempre<. medio tomate, medio limón, pasta de hace mil años, botella de agua, media caja de leche y un pedazo de queso. Tomo el agua, cierro la nevera y me voy al balcón de mi pequeño departamento de la Recoleta, a mirar las calles de la ciudad que a pesar de las adversidades nunca duerme. Esta madrugada especialmente silenciosa me reconforta, me siento en mi sillita amarilla y recuerdo el disparo. Podría haber sido tantas cosas, no me imagino en este momento, con el sereno dulce de la mañana, que hubiera sido lo que ha sido. Lo que si regresa a mi mente con mucha sorpresa después de tanto tiempo, fue la bomba de aquel octubre en la lejana Bogotá. Mi Colombia querida como te extraño, tu olor a sal costeña y a lluvia de montaña; tu sabor a cocina de negra sabrosona y a comida de leña; tu gente que sonríe aunque solo sea porque no hay nada que decir; tu chabacanería que causa gracia… sin embargo, no es eso lo que recuerdo en este momento, es la otra parte la que esta en mi cabeza ahora, en este momento.
Aquella noche dormía profunda después de un largo día de trabajo. De pronto un estruendo mucho más fuerte que el de hoy, me sacó de la cama mucho más frenéticamente que hoy. Salí soñolienta pero asustada a la luz y lo siguiente que vi fue desastre. No entendía nada. Por un momento mi instinto me decía que volviera a la cama a dormir. Seguía dormida, pero el llanto de Sarah, mi amiga y compañera de departamento, despertó mis sentidos y me dejaron estupefacta ante lo que veía. Caminé como sonámbula encima de los vidrios de nuestra hermosa ventana que había quedado hecha añicos y nos dejaba a la intemperie de la fría noche. Me asomé al enorme vacio y solo vi destrucción, gente tirada en las calles, fuego, sangre chamuscada y el aura dolorosa que produce una escena como está. No entendía, ni sentía nada. Ni miedo, ni dolor en mis pies ensangrentados, ni el sonido de las sirenas de las ambulancias que ya llegaban, ni el olor que luego reconocí en todos los rincones de mi guarida, el olor a cosa quemada. Éramos parte de una de esas noticias que vemos todos los días en televisión y pasamos rápidamente el canal por lo triste, y ya siendo sinceros, acostumbrado de la información que presentan.
Sarah y yo seguíamos sin entender nada, irónicamente nuestra TV dejó de funcionar, así que estábamos aisladas, solas, no sabíamos nada. Nuestro vecino tumbó nuestra puerta para asegurarse de que estuviéramos bien, entonces, regresamos y recuperamos la cordura. Había sido un atentado de la guerrilla contra un famoso político. Resultado: 9 heridos, 0 muertos y un pánico colectivo que todavía no desaparece, que nos tiene a todos los que vivimos esta realidad tan maluca, sometidos al exilio voluntario. Consecuencias personales: 3 meses de pesadillas desgarradoras, acompañados por llantos espontáneos, fragilidad y miedo a la vulnerabilidad de mi cuerpo, todo se acaba en un momento.
Así fue, como algún día, termine lo comenzado, recogí mis cosas y me abrí lejos. Me vine a la Buenos Aires de mis sueños, de tango y malbec mendocino.
La madrugada no esta muy fría, finaliza marzo y las últimas noches de verano dejan la sensación de frescura que arrulla hasta el peor insomnio, pero igual, ya no tengo sueño. Entro un segundo, armo un porrito madrugador y fumo de regreso en el balcón, sola como la mayoría de las veces. Es lunes en la mañana, ya el sol empieza a salir y yo muy volada me rió del recuerdo de algunas travesuras de los últimos días... la música me hace cantar alto y me da felicidad. Son las 8 y han sido horas felices, pero podría volver a dormir un rato más. Me recuesto, duermo.
A las 12, abrí un ojo con mucho cuidado de que el sol que entra por mi ventana no me maltrate mis pupilas... me rió de las tonterías que pienso incluso cuando aún no estoy despierta. A mi lado no esta Juan, el ya no me quiere y su cuerpo ya no calienta su lado de mi cama. Eso hizo desaparecer de mi cara la sonrisa. Prosigo a calentar agua para tomarme un café y prendo la pantalla de mi computador, reviso mi correo. Noticias de casa: mamá tiene un nuevo gato; papá tiene un libro que yo algún día terminaré leyendo; y mi hermana habla de un nuevo dilema existencial que me encanta leer porque escapo por segundo de los míos propios. Noticias del Colombia: Proceso de desmovilización paramilitar al rojo; se escapa el ministro secuestrado; políticos vinculados con el narcotráfico. Típico.
Me sirvo mi café, tres cucharadas de azúcar y vuelvo a mi balcón. En el departamento que queda justo en frente del mio hay mucha gente, me llama la atención como dos mujeres, al parecer madre e hija, lloran desconsoladas y pienso en mi mamá y mi hermana. El morbo de mi voz interna me impide dejar de mirar. Curiosidad… virtud y defecto. De repente, una ambulancia entra al edificio de en frente y dos paramédicos se bajan sin mucha prisa con una camilla. Mi corazón empieza a latir fuerte, no entiendo nada, siento que tengo un rompecabezas desarmado dentro de mí y no me va a gustar la figura que voy a armar.
Dejo el café a la mitad y bajo corriendo en pijama, tengo miedo de que esto tenga que ver con el disparo de anoche. Me arreglo la cara en el espejo del ascensor y me recojo el pelo desordenado con un elástico que tengo en la muñeca y enseguida se abre la puerta. El portero observa atónito la escena. Con las manos sobre su enorme panza, hace fuerza hacia abajo mientas se empina para lograr ver mas lejos. En ese momento estoy mas que segura que es imposible que lo logre, así que le toco el hombro y lo saco de su peripecia.
Rápidamente y sin pensarlo mucho le pregunto:
- ¿Que esta pasando? – dejo de respirar en ese momento.
Me mira de arriba abajo y responde vagamente:
- El muchacho, un muchacho del frente…
- ¿Qué paso con el muchacho?- le pregunto ansiosamente y ya no puedo estar tranquila hasta saber que pasa.
- Se puso un tiro en la cabeza esta madrugada y parece que lo encontraron esta mañana.
Voltea la mirada y sigue intentado ver todo lo que pasa al frente, pero yo… yo otra vez ya no soy yo.
El tiempo vuelve a detenerse, estoy congelada en una burbuja fría, todo en pausa, hay silencio en mi cabeza. No hay justificación alguna para esta reacción tan personal, no se quién es, o quién era; no se su nombre, ni su edad y mucho menos su voz, ni el color de sus ojos o el olor de su piel; pero fui testigo de su último momento de conciencia, de su ultima acción, del sonido de su muerte.
Mientras sacan el cuerpo sin vida de mi desconocido, quiero imaginar las facciones de su rostro, que por alguna razón me imagino hermosas, pero acompañadas de tristeza y melancolía. Deseo con muchas fuerzas que hubiera esperado solo un par de horas, un par de horas para que se hubiera asomado a su balcón y hubiera visto el mismo amanecer que me hizo tan feliz. La luz hubiera traído claridad a su mente y ya no habrían razones para terminar con todo. Con la ya imposibilidad de que por casualidad nos topáramos un día en una salida rápida, de afán, hacia algún destino desconocido, y nuestros ojos se encontraran un par de segundos.
No, no quiero regresar a mi casa ahora. Encerrarme me da sofoco, así que sin darme cuenta, me encuentro caminando sin rumbo y ya han pasado 20 minutos desde que empecé a andar. He visto caras con ojos que no me ven; con bocas que no me hablan; escuchado sonidos que no entiendo. Finalmente me siento en un banco de cualquier parque. Desconsolada y vacía. Estaba sola y mi vida por mas que lo pienso no tiene mucho sentido. Tengo 22 años y le tengo miedo a la vida. Soy lo que todos quieren que sea y no recuerdo haber sentido nunca la sensación de haber disfrutado a solas de mi propia compañía como esta mañana después del disparo. ¿Le tengo que dar las gracias entonces a la perdida de otro por el momento que me ofreció su muerte? No conozco los riesgos de ser yo y nunca he hablado conmigo misma sobre mis miedos, mis rabias ni mis deseos, que hoy están manifestados en la muerte de alguien que jamás conoceré, porque se perdió en los suyos propios.
Al tocar mi cara siento la humedad de las lágrimas que salen espontáneamente de mis ojos… ellos miran hacia el frente, pero realmente apuntan a ningún lado. Lloro y sigo llorando por aquel que pudo ser mi amigo, mi amante o mi amor. No conocía su vida, ni sus motivos, pero me siento ligada a él por el fino hilo de la desilusión. Lo amo y lo odio por no luchar, por no creer, por no esperar la luminosidad del día que siempre trae consigo la calma y la serenidad de una mente clara. Pero finalmente, no soy yo la que esta saliendo por esa puerta en una camilla, yo desperté luego de su muerte, yo sigo aquí.
Este pensamiento repentino me deja flotando en una nube rosa que me lleva volando de regreso a casa. Si es una nube, o bueno algo parecido. Lo que sé, es que voy volando y la lluvia que golpea despacio mi cara ya limpio las lágrimas. Nada parece tan oscuro ahora.
¡Adiós y Buena Suerte a tu Alma Perdida, Porque yo Estoy Viva y Siempre va a Haber Tiempo Para Esperar el Sol!