martes, 3 de julio de 2012

Walking in line

II

El río

Vamos a pasar el día en el rio.  Quiero ver el agua acariciar las piedras, el silencio acariciar el frío.

Vamos a pasar el día en el rio. Y que no necesite otra razón, ni la absoluta necesidad de una promesa. Mañana puede ser el mar, siempre que sea contigo.

En el sur se habla bajito sobre incertidumbres, en medio de montañas nubladas y tierra húmeda. No he venido aquí a morir (me repito), sino a parir y es por eso que quiero ir al rio. Quiero ver como todo cambia, como nada nunca es igual. Como el sol transparenta hasta el fondo de las más densas profundidades y la lluvia enturbia en marrones la vida misma en el más allá.

Cuando era niña me contaba historias y me gustaba creerlas. Me contaba que mi casa iba a ser atendida por “trolles” a los que les cambiaba el color del pelo, fucsia, morado o naranja, dependiendo del traje de baño del día. Me contaba que pasaría el día entero en una playa enorme que se abría frente a mi cuarto y un mar azul como el de San Andrés seria lo último que vería todos los días, así podía jugar con mis barbies, estar en la playa y quedarme dormida, todo en el mismo lugar.

No recuerdo que pensaba del amor en esos años, pero hoy se de este que probablemente habita en el rio, ese al que hoy quiero ir.  Quiero que sean las 5.30 de la tarde y que la luz que refleja el agua ilumine tu cara y entonces quiera besarte… besarte tanto como quería a mis trolles. Besarte así, como si fuera el último día del año y tal vez el último de nuestras vidas. Con la luz de las 5.30 todo parece una posibilidad.

Los años han pasado y ya el mar no es mi constante… yo me convertí en la única que hay. Por eso, me gustan los sábados en la mañana cuando no he trasnochado el viernes, duermo hasta que me levante y puedo desayunar pancakes con huevos y salchichas. La felicidad se ha vuelto más sencilla.

Luego, puedo volver a la cama y dar vueltas en las cobijas con las cortinas abiertas, aunque esté lloviendo. El sonido de motores y tanques rodando por el suelo se ha convertido con los años, en parte del paisaje que me acompaña en silencio.

A veces y solo a veces, me acompañas tú y jugamos a hacer el amor y darnos besos como si nada existiera y eso fuera todo lo hay. Me abrazas como una almohada y nos amamos pequeños en este universo infinito. El mundo ha llegado a hacer apacible entre tus brazos.

Por eso, quiero que vengas conmigo al rio, a pasar el día, a cambiar la historia, a imaginarnos que el agua es salada y que tal vez algún día, ahí nacerán nuestros hijos, esos que tal vez nunca tendremos. Después de todo, he venido aquí a parir y no a soñar.

Tina ha muerto hace dos días asqueada por la podredumbre de los gusanos que se comieron su cabeza. No he encontrado otro motivo para sentir su muerte, que aceptar que aquí todo está mal. Estar lejos de casa y el inconstante presente, aturden los primeros días de este verano ignorado. Tina ha muerto, jamás podrá ir al rio y por tanto, jamás podrá decir que no te amo.

Es la mañana de un día de lluvia, el mundo parece perfecto para huir sin dejar rastro. Estamos siendo testigos de la estela perdida al destino perfecto. 

Vamos al rio, Tina ha muerto, allá todo podría cambiar..

martes, 28 de febrero de 2012

La eterna parranda



Si un detective le preguntara a Alberto Salcedo sobre su versión de los hechos, es probable que se terminen intercambiando papeles y el entrevistado se convierta en el detective que interroga y luego resuelve el caso.

“El mejor cronista de Colombia”, como es llamado últimamente en los principales medios nacionales y entre los expertos, nació en Barranquilla hace ya casi 50 años, donde creció surfeando olas en los tradicionales arroyos de esta ciudad, tirando bolsitas de agua y maicena en carnavales y juagando bolita uñita con sus amigos de la cuadra. Normal.

Más adelante se volvió periodista y en proceso de reportar e informar, descubrió que era mucho más cercano a esa verdad suya, propia, la de narrar convenientemente una historia, lo cual, irónicamente, la hace mucho más honesta y fácil de digerir. Fue así como se convirtió en el contador de historias más famoso del país, contando verdades subjetivas, que tal vez son la única verdad operativa en el género de la crónica.

“La Eterna Parranda”, su último libro, lanzado en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, el cual cuenta con 27 crónicas divididas en 4 capítulos que exponen el trabajo de Salcedo de los últimos 14 años. Rapidamente “La Eterna Parranda” se convirtió en un best seller nacional, y sus historias sobre caciques, boxeadores, escritores, futbolistas y árbitros, recorren la imaginación de todos los lectores de su libro. Las increibles historias de estos personajes acompañan el recorrido de la vida del país en las últimas décadas, son sus protagonistas míticos, y ahora, contados por Salcedo, íconos de nuestro patrimonio inmaterial. “La Eterna Parranda” es un retrato casi perfecto de una realidad fotocopiada en las palabras de este escritor costeño.

jueves, 26 de enero de 2012

Walking in line

I

La nevada



“1:12 Dijo Jehová a Satanás: He aquí, todo lo que tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él. Y salió Satanás de delante de Jehová.” Libro de Job.

Y eso hizo Satanás, intervino en forma de inconvenientes en la vida de este hombre que hasta llevado por la carne abierta de una lepra apestosa siguió creyendo y decidió vivir. 

“¿morir ahora o morir después?”

Lo que se sabe claramente es que este cuestionamiento no responde a preocupaciones sobre drogas, ni excentricidades. No moriré de sobredosis (aunque podría), ni me prepararé espiritualmente para el fin del mundo. Tal vez lo que se quiere es saber si se aspira a ver cómo llega todo poco a poco, ver el mar todos los días, o viajar a dedo por el mundo, o comer todo sin pensar en consecuencias, o estar con pocos y solo aquellos de los que aún se tiene que aprender. El creer, en contra de todo pronóstico, que todo tiempo presente, más que futuro, es mejor, siempre mejor.

Es en esos momentos cuando recuerdo a Tina, en contraluz y con su andar galopante. Recuerdo su pelo sobre su cara y cuando con un ligero movimiento lo devolvía a sus orejas. Caminaba como quien se sabe observada. Yo la observaba.

Llegaba a mi mesa y me sonreía con esa sonrisa que me hablaba de un dolor palpitante y el cual me devolvía la empatía arrebatada por la crudeza de aquella ciudad distante. El invierno se acercaba y los árboles desnudos me narraban la historia de la soledad del frio, mientras Tina me recomendaba infusiones de jengibre que me envolvían a la tibieza de sus labios. Era como estar en casa.

“Un cortado  y una media luna” era mí pedido habitual y ella me llamaba por mi nombre y hacia un chiste sobre el clima. Entonces, daba media vuelta y volvía a su vida y yo me quedaba en la suya solo porque si y sin ningún motivo en especial, como todo y como siempre.

Ser un superhéroe requiere tener muchas más cicatrices que las que yo podría tener y mucho más coraje del que puedan tener mis palabras. Es por eso que éstas, seguirán siendo escritas en primera y con todas las bases llenas, nada de escritura peligrosa por las calles, nada de arriesgarme a no usar el corrector de ortografía, nada de seguir recomendaciones de Bolaños, esas eran otras épocas.

Pero ahí estaba Tina, con sus manos suaves sirviendo mi café, en sus tacones cuadrados de noche y sus pantalones ajustados que dejaban ver sus talones delgados. En su delantal dejaba asomar a veces el libro de turno. Fue así como descubrí que Tina sueña. Sueña con otra vida, con otras cosas, con otra gente y con otra ella. Alejada de propinas y de novios fugaces. Sueña con esa vida que parece de otra vida, y así. 

Me acerco a su mirada cada vez que puedo y le grito en silencio que podría ser mi amiga, tal vez en mi afán de lucha por “Regresar al Desierto” y regresar ahí, donde la verdad se esconde en el origen, en la luna y en ser mujer.

Y fue en este día de hojas marrones, que Tina por primera vez regresó con mi pedido y opinó sobre mi cuaderno de bordes dorados repleto de esquelas y envolturas de chocolate. Me dijo: “Yo tengo uno igual, no logro botar los recuerdos de mis cuadernos” y se rió sola de un chiste interno que sentí como mío, pero preferí callar. “¿A qué hora sales?” le dije y me respondió que a las 4. Le dije que fuéramos a cine y me dijo que era una buena idea porque había un par de pelis que moría por ver. Y así fue, fuimos a cine y nos vimos dos pelis y en la noche cuando salíamos cayó la primera nevada sobre nosotras y entramos en el trance de la nostalgia y el invierno.

Había tanto por decir tan entendido y por tanto, no dicho, que cuando llegó el momento de decir adiós ya había pasado el momento y solo me quedo por decir: “gracias por todo” y dar la media vuelta para volver a mi vida, “los hombres que no aman a las mujeres” y todos esos clichés de la moda fría, nórdica e “indie”. 

Tina lo había tenido todo en otra vida, era una chica de ciudad costera, hija única de un matrimonio separados por el cambio de milenio, que acostumbrada a conseguir todo por medio de la manipulación de una anorexia latente, había quedado suspendida en sus 15 años hasta ya entrada los 20’s. Su adinerada familia le daba todo lo que quería y su deseo fue vivirlo todo lejos de ellos y afortunada o desafortunadamente, encontró el todo en la noche de aquella capital novedosa, a kilómetros de su mar de origen y los nuevos amigos que llegaban con la efervescencia de la luna y se disipaban con los primeros pechiches del sol.

Sus ojos adolescentes no dieron para los retos  de la adultez y poco a poco se sintió envejecida en un estilo de vida que distaba de la vida que se había imaginado en los sueños de aquellos libros leídos y las películas rosas, o los vislumbrados en sus viajes a Miami o aquella vez que había ido a Paris con su mamá. 

Se encerró en la burbuja de la cual solo salió cuando encontró a Manuel, una tarde de verano mientras esperaba el tren para volver a casa. “Manuel…” me dijo con ese acento azucarado, mientras prendía un cigarro esperando fuera de cine por la primera película. “Manuel fue mi primera lección… una lección deliciosa eso sí” Y si, con aquel que no fue su primer amante, pero si el primero en romperle el corazón y dejárselo abierto me explico: “Fue la época en la que entendí que creer que todos los hombres eran como papá era solo una ilusión”.

A Manuel le gustaba la coca y a Tina le gustaba Manuel y luego se enamoró de ambos y como todas esas historias donde no hay sueños ni alimentos, la desnudez dejo de ser suficiente y en cambio se transformó en eso que ella llamo desde entonces “romanticismo emo”. Se oscureció su mundo rosa y se quedó a vivir en este otro donde las formas se ven con gafas para reconocer los contrastes del sol y las mañanas son un punto ciego para el observador.

“Manuel, Manuel, Manuel.”

Mientras caminaba a casa envuelta en el exceso de ropa tan ajeno a mi origen pensé en los ojos dulces de Tina y en el retumbar asfixiante de sus caderas. La luz del farol anunciaba entre sombras la pequeña llovizna que daba fin a la nieve.

Abrí la puerta y ahí estabas tú. Me recibiste en tus brazos y me besaste la frente. Metí mis manos en tu suéter y te dije bajito: “El individualismo corrompe, ¿sabías?, te amo”. Tú me creíste.

martes, 17 de enero de 2012

Love Letter

"June 17, 1784 

My letters will have shown you how lovely I am. I don't dine at Court, I see few people, and take my walks alone, and at every beautiful spot I wish you were there. 
I can't help loving you more than is good for me; I shall feel all the happier when I see you again. I am always conscious of my nearness to you, your presence never leaves me. In you I have a measure for every woman, for everyone; in your love a measure for all that is to be. Not in the sense that the rest of the world seems obscure tome, on the contrary, your love makes it clear; I see quite clearly what men are like and what they plan, wish, do and enjoy; I don't grudge them what they have, and comparing is a secret joy to me, possessing as I do such an imperishable treasure. 
You in your household must feel as I often do in my affairs; we often don't notice objects simply because we don't choose to look at them, but things acquire an interest as soon as we see clearly the way they are related to each other. For we always like to join in, and the good man takes pleasure in arranging, putting in order and furthering the right and its peaceful rule. Adieu, you whom I love a thousand times."

From Johann Wolfgang von Goethe to Charlotte von Stein