Todo comenzó conmigo diciendo: “me voy” y él diciendo: “ok”.
Yo recuerdo el principio, el padre impetuoso, la madre dulce e independiente… eso, la madre líder y mujer. Te recuerdo a ti cuando eras niña y jugabas a las “barbies” escondida. Le temías a todo y a nada, eras como el agua y tus pensamientos la luna… mutabas con el cielo.
Recuerdo también a la hermana, fuerte contrincante de guerras de poder… las cosas han cambiado, yo lo sé. Todo cambia, lo hemos hablado mil veces, hay que abrazar el cambio como única posibilidad. – No, no me parece mal que te cases con una constante… lo bueno y lo malo, como concepto, están fuera de contexto y totalmente sobrevalorados.
Yo creí que estaríamos juntos más allá del tiempo, porque tenía fe en nuestro amor y crecer juntos sin para siempre (por esa misma condición del cambio). Con dolor puedo aceptar ahora, que cambiar no significa necesariamente crecer, a veces significa morir.
Cuando éramos niñas pasábamos la mayor parte de nuestro tiempo en la cuadra de mi tía y tu abuelo. Con el resto del grupo jugábamos constantemente a las escondidas, éramos libres, ¿recuerdas? A veces pasaban horas antes de encontrarte o simplemente nos olvidábamos de ti y llorabas desconsolada por sentirte sola en el mundo. Entonces yo iba y te jalaba del brazo y te hacia reír, corríamos a tu casa, sacábamos los patines y comenzaba la pesadilla: tus patines, esos que sonaban… eran irritantes, te lo digo ahora. Menos mal ya no andas en patines.
Siento decirte que hemos muerto y por tal motivo te manifiesto mi más sincero pésame y todo mi dolor, representabas todo para mí y me va costar dejarte ir. Toma tiempo aceptar que alguien ya no está, pero la muerte llega a la vida de todos en un día cualquiera y el deber de los otros es seguir viviendo.
Has muerto para mí y la Yo que era cuando estaba contigo ha muerto también, así que no hay caso.
Ese día, mientras nos pintábamos a escondidas con los maquillajes de Tía Ci, viniste a mí lentamente y me besaste en los labios. Eso no me lo esperaba, tú a veces haces cosas que me hacen dudar de tu cordura. Igual sonreí y lo dejé pasar, eres hermosa después de todo.
El segundo fue mi iniciativa, puramente por diversión y también sonreíste. Todos los demás fueron por mutuo acuerdo.
La voluntad del otro está ligada única y exclusivamente a su deseo. En ese caso, yo no era su deseo.
Alargué ese último beso como si quisiera fuera eterno y traté de despedirme evadiendo el drama… -No hagas esa cara, existen momentos que hasta yo me aburro- En fin, se fue y ese beso fue mi despedida.
La adolescencia llegó prematura para ti, cuando tu mamá te compró tu primer corpiño lo expusiste orgullosa: un par de mini tetas que demostraban tu iniciación en la madurez. Yo por mi parte seguía jugando con tu hermana y tus viejos juguetes. Rápidamente reemplazaste tus “chocoritos” por largas horas en el teléfono con tus nuevos amigos.
Un día llegaste diciendo que te habían besado por primera vez en la esquina de nuestra cuadra. Un cualquiera con nombre de guiso te enseñó a besar a escondidas en la oscuridad de un viernes en la noche. Tus tíos te encontraron y te llevaron de las orejas a casa de tu abuelo. Fue un desastre para ti por ser expuesta ante tu familia y ser tachada como la “precoz” entre tus primas solapadas. Para mí, porque fue la primera vez que me partieron el corazón. Tú ni te enteraste.
Lo amé, tal vez porque en esos días era lo que quería, enamorarme perdidamente y detener el tiempo para siempre, o simplemente que él hubiera perdido el miedo y me hubiera seguido amando. Fue amor, lo sé, sus manos entre mis manos se sentían como las mías, fuimos uno.
Lo amé hasta llegar a casa y encontrar un larguero de llamadas perdidas y esas cartas de dolor por mi olvido, lo olvidé despues del pesame… lo que pasó fue que pensé que realmente había muerto. Entonces, sentí vergüenza y volvieron viejos miedos.
Odio infligir dolor, pero a veces parece inevitable. La exposición y la burla se convirtieron, como un patrón, en un castigo ante el sufrimiento.
Un día antes de irte a estudiar fuera de la ciudad, viniste a casa y comimos “boli” de tamarindo como en las viejas épocas. Nos sentamos a echar chismes en el murito de mi casa y me contaste como iba tu vida. Habían pasado varios años y las cosas ya eran diferentes.
Recuerdo tu pelo ese día, era largo hasta la cintura y ahora lo llevabas rubio. Te dije que me gustabas tú como eras y sonreíste, tal vez no lo entendiste. Tal vez no fui clara. Tal vez las dos entendimos y decidimos dejarlo ir.
Cuando se acabó la tarde, te fumaste un cigarro y dijiste algo sobre hacer maletas y cena en tu casa con tu familia. Yo intenté un par de excusas, me parecía que ya había sido suficiente.
Entonces te montaste en tu viejo carro azul, te despediste con una sonrisa y me lanzaste un beso.
Pasaron muchos años antes de volver a saber de ti. Me alegra que hayas venido. Siempre serás bienvenida en casa.
Finalmente, mi amante se fue, mi ex se aburrió y yo decidí seguir viviendo. No es la primera vez que se acaba una historia en mi vida, ¿sabes? A veces el fin y el principio se hacen uno solo.
En fin, es hora de ir a casa, gracias por el café y escucharme, me esperan papá y mamá, mi hermana ha vuelto de Europa y quiero escuchar sus historias y por supuesto, contar las mías.
Te quiero y siempre te querré, sé que puedo contar contigo.
Besos a tu tía.
Adiós.
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