IV
La cárcel
“¿Qué es lo quieres?
Vengo a que liberen a todos”
Juan Pablo, 11 años. El limonar, Medellín
(septiembre 20 de 2013)
Cuando te conocí, Tina no era parte de mi vida. Te conocí por
casualidad en una noche oscura en la que intenté irme a dormir sobria. Fracasé.
En aquellos días Buenos Aires apenas me recibía, no sabia como reaccionar a la
excesiva atención de los hombres en la calle, al mal genio de los taxistas y
los kiosqueros, ni a la neurosis común entre los porteños. Pero ahí estabas tú,
en aquella fiesta a la que llegué temprano llevada por amigos de amigos que me
sacaron por compromiso y de los que supe poco después.
En esos años, la ciudad se veía bella. Me parecía francesa,
me parecía italiana, me parecía española. Hoy, 5 años después, me parece sudaca,
como tú y como yo.
“Querido Manuel, que no me vayan a haber dejado sola y la
única reclusa sea yo” te dije esa noche en la que rompí mas de una promesa,
citando alguna frase que le escuché a Sergio Ramírez, aquel escritor nicaragüense. Tú no entendiste nada, entiendes poco… realmente, no
te quiero por entenderme. El asunto es que contigo cambié de cárcel y entonces
los reclusos, ahora, éramos dos.
Argentina era en aquellos años un país previo a Cristina,
había un cierto aire de recuperación, había esperanza y habían dólares para
gastar en Florida, el Alto Palermo o en la Santa Fe. Yo llegué esperanzada
porque quería creer en algo y tú por tu parte necesitabas que alguien creyera
en ti, fuimos perfectos desde el primer día.
Las ventanas sudan, ¿lo ves? Las gotas caen por los vidrios,
no me dejan ver la ciudad. Güemes parece tranquila y se que es por los
45 grados que hacen afuera, nadie quiere andar por ahí, bajo el sol radioactivo
de este verano sureño.
Lo que trato de explicarte – antes que desesperes – es que no
estoy contigo por ella, sino por mi, pero por ti llegué a ella y entonces,
en ese momento, te volviste secundario.
El marco de madera blanco de la ventana suda conmigo y veo
como se derrite la pintura. Siento que la idea de ti se derrite también.
Has cambiado de cara con los años, has sido uno y luego
otro. Tu cabello oscuro y ondulado, tu mentón quebrado, tus cejas fuertes, tu
boca… tu boca. Tus ojos tristes, a veces verdes, a veces indescifrables, me han
visto cambiar también.
Hemos aprendido en esta celda, en la que vivimos voluntariamente, que lo más
peligroso son las fronteras invisibles, pasar los limites podría hacernos
perder la vida y en el peor de los casos, no morir. Ya hay un muerto entre nosotros y apenas hoy
lo sabes. Tina murió pensando en tu cara, esa que probablemente no es la misma
que veo hoy.
Dime, Manuel. Dime si le llevamos flores y lloramos en su
tumba, dime si quieres ser libre ahora. Dime si hemos amado algún día, no a
nosotros sino a la vida. Dime algo o mejor no digas nada. Quédate o vete, pero
antes de hacerlo, baja la temperatura, sigo teniendo calor y quiero dormir un
rato.
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