viernes, 20 de septiembre de 2013

Walking in line

IV

La cárcel


“¿Qué es lo quieres? 
Vengo a que liberen a todos” 

Juan Pablo, 11 años. El limonar, Medellín (septiembre 20 de 2013)

Cuando te conocí, Tina no era parte de mi vida. Te conocí por casualidad en una noche oscura en la que intenté irme a dormir sobria. Fracasé. En aquellos días Buenos Aires apenas me recibía, no sabia como reaccionar a la excesiva atención de los hombres en la calle, al mal genio de los taxistas y los kiosqueros, ni a la neurosis común entre los porteños. Pero ahí estabas tú, en aquella fiesta a la que llegué temprano llevada por amigos de amigos que me sacaron por compromiso y de los que supe poco después.
En esos años, la ciudad se veía bella. Me parecía francesa, me parecía italiana, me parecía española. Hoy, 5 años después, me parece sudaca, como tú y como yo.

“Querido Manuel, que no me vayan a haber dejado sola y la única reclusa sea yo” te dije esa noche en la que rompí mas de una promesa, citando alguna frase que le escuché a Sergio Ramírez, aquel escritor nicaragüense. Tú no entendiste nada, entiendes poco… realmente, no te quiero por entenderme. El asunto es que contigo cambié de cárcel y entonces los reclusos, ahora, éramos dos.

Argentina era en aquellos años un país previo a Cristina, había un cierto aire de recuperación, había esperanza y habían dólares para gastar en Florida, el Alto Palermo o en la Santa Fe. Yo llegué esperanzada porque quería creer en algo y tú por tu parte necesitabas que alguien creyera en ti, fuimos perfectos desde el primer día.

Las ventanas sudan, ¿lo ves? Las gotas caen por los vidrios, no me dejan ver la ciudad. Güemes parece tranquila y se que es por los 45 grados que hacen afuera, nadie quiere andar por ahí, bajo el sol radioactivo de este verano sureño.

Lo que trato de explicarte – antes que desesperes – es que no estoy contigo por ella, sino por mi, pero por ti llegué a ella y entonces, en ese momento, te volviste secundario.

El marco de madera blanco de la ventana suda conmigo y veo como se derrite la pintura. Siento que la idea de ti se derrite también.

Has cambiado de cara con los años, has sido uno y luego otro. Tu cabello oscuro y ondulado, tu mentón quebrado, tus cejas fuertes, tu boca… tu boca. Tus ojos tristes, a veces verdes, a veces indescifrables, me han visto cambiar también.

Hemos aprendido en esta celda,  en la que vivimos voluntariamente, que lo más peligroso son las fronteras invisibles, pasar los limites podría hacernos perder la vida y en el peor de los casos, no morir.  Ya hay un muerto entre nosotros y apenas hoy lo sabes. Tina murió pensando en tu cara, esa que probablemente no es la misma que veo hoy.


Dime, Manuel. Dime si le llevamos flores y lloramos en su tumba, dime si quieres ser libre ahora. Dime si hemos amado algún día, no a nosotros sino a la vida. Dime algo o mejor no digas nada. Quédate o vete, pero antes de hacerlo, baja la temperatura, sigo teniendo calor y quiero dormir un rato.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Walking in line

III

La playa


La arena es blanca, blanca es la arena y nuestros ojos enfurecidos miran el mar, sus aguas azul clarito que se van convirtiendo en el negro de lo lejano, de la distancia, del olvido, de los calamares gigantes que viven en lo profundo.
Te he oído rezar descalza, rezar dormida. Pedirle a la lluvia que te deje morir tranquila. Es tu esperanza y he decidido respetarlo, pero Tina, estar aquí contigo no es el fin en lo absoluto. Si Dios no ha escuchado tus rezos, tampoco ha escuchado mis puntos. He decidido no morir en esta isla verde hoja, donde la arena es blanca, tu piel es seca y mi boca es mansa.

He soñado contigo de nuevo Tina, en mi cama otoñal de día corre el sol y de noche tus sueños. Las sabanas azules marchitas como las hojas antes del invierno, las almohadas frías y ausentes de vida miran directo a la ventana que muestra un cielo inerte. Quisiera no despertar querida, pero la vida en sueños es solo un libro que no conocía el capitalismo.

Quisiera pensar que a veces soy como China, que me podría encerrar en mi y solo abrirme ante el cambio de lo que hay adentro y que un nuevo orden gobierne la voluntad de mis acciones, pero luego me descubro pequeña, me descubro pobre y me descubro persona, entonces abro los ojos para también descubrirme volando en un pequeño avión francés rumbo a alguna selva del Pacífico.

Vuelo en una nube y te recuerdo hermosa, con tu pollera blanca de verano en las costas grises de Uruguay, Costa Azul te abraza y mi bicicleta hace círculos sobre el pavimento caliente, solo para seguir detrás tuyo y verte así, sonriente. El sol en tu cara, tu pelo, la brisa, la arena blanca, las cercas maderadas, tu aliento vivo y en mi Ipod suena Dexy’s Midnight Runners y por su puesto, yo se que tu eres Eileen, querida Tina.

Abro los ojos de nuevo y es un día de lluvia fuera del sueño.

Han cambiado tantas cosas desde que no existes. Ya no vivo en el Sur, ya no vivo escribiendo, ya no tengo curiosidad y a veces pienso que he perdido el deseo.

Un día me contaste, entre vinos, que cuando niña querías un Pony y tu padre te regalo un caballo para complacerte y por supuesto, con la esperanza de que algún día tuvieras un recuerdo mágico de infancia. Maní era dorado y solo respondía a ti, pero el asunto es que te sentiste frustrada cuando Maní creció y descubriste que no era un pony. Me dijiste ese día que la vida no es fácil, que la vida es una trenza de deseos insatisfechos y solo seguimos vivos por la ilusión de verlos realizados.

¿Que pasa entonces si ya no deseo? Pues me duermo, vuelo al mar, a la playa blanca donde nunca estuvimos. Vuelo a la nevada en la que nos conocimos y a veces vuelvo a Manuel, le hablo al oído, me meto en su cama y lo amo por las dos.