La luz del amanecer entrando por la ventana oscurece en sombra todo aquello que golpea: los diarios atiborrados de palabras sin sentido, el jarrón sin flores en el piso, la botella de vino junto a las copas manchadas, el portarretrato sin fotos, los "converse" con huecos por el uso, la computadora arcaica, el cenicero partido.
Todo en silencio, solo levemente asomando el ruido de la brisa que hace bailar las cortinas periódicamente. La calle lejana, acompaña el lugar por la continuidad de sus carros ahogados en el calor del comienzo de un día de sol.
Ella, parada en el marco de aquella ventana los ve pasar sin mucho interés. Sus dedos se aferran fuertes ante el temor de perder la vida, esa vida.
Saltar al vacio requiere de agallas, decidir que no se quiere más y que es tiempo de lanzarse es cuestión de actitud o falta de ella. El punto es, que por mas imbécil que se sea, hay que ser suficientemente valiente para tomar la decisión, una decisión y luego, suficientemente inteligente para morir, asumirlo; seria terrible vivir para siempre recordando aquel momento de estupidez absoluta. Morir es el final que de por sí, implica un principio. Sino solo existiría la nada y el círculo estaría eternamente cerrado.
Mira el suelo y lo siente cercano, como un amigo. Luego mira atrás y reconoce todo como siempre ha sido y como siempre ha estado. “Estar parada ahí no cambia las cosas” dice para sí misma y regresa la mirada a la calle. “Las opciones son limitadas y retadoras… de cualquier forma, nada será igual…”
Sus piernas liberan la tensión y sienten levemente las cosquillas del entumecimiento. Larga un pie hacia afuera haciéndolo danzar tímidamente… inclina su pecho contra el abismo.
Los dedos de sus manos se desprenden lentamente de aquel marco que la sostiene y siente el hormigueo de adrenalina que sube por sus brazos hacia sus hombros. Respira profundo y la efervescencia en su estómago sube a su cabeza… uno… dos… tres… se desprende… cae… cae… cae.
La brisa insiste en acariciar su cuerpo, arrancando violentamente su pequeño vestido de niña de otras épocas, su pelo se apodera de los ángulos de su cara, su espalda se encorva y revienta…
Aún con los ojos cerrados sonríe y abre sus alas, las prueba tímidamente temiendo que sea un sueño y luego se apropia de ellas como quien reconoce en si todo aquello que es suyo.
Reconoce el camino en su nuevo espacio, "Era hora de volar" se dice, y todo comienza de nuevo.
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