La neblina inunda las montañas en el horizonte incierto de esta ciudad colmada de ruidos que amanecen los oídos de los pequeños ciudadanos, de las raras multitudes llenas de dudosos destinos. Hacemos parte de eso ciertamente, queremos creer mejor que somos especiales, o tal vez diferente en nuestras propias formas. Si, lo somos realmente, pero somos el todo y la nada, la nada que subyace y el tiempo que pasa lento o rápido, según lo cotidiano de la continuidad redundante que rodea el espacio.
Comienza el día entonces con un suspiro profundo y retenido que esperamos que dure para siempre, porque es gratificante sentirse vivo por primera vez en esta vida. Morimos cada noche, renacemos cada día, llenos de esperanzas que se van disipando con los aconteceres permanentes que mitigan nuestros sueños.
Fue en uno de esos días en los que el suspiro se hace más extenso, que te conocí, la vivacidad ahondaba hacia lo más profundo de mí ser y fui capaz de todo. Fue así como me acerque a tu vitrina, iluminada y misteriosa, siempre sabiendo que tal vez en lo profundo la luz no había llegado, pero me sentí capaz de llenarla de la mía propia. Esa aun estaba débil, pero estaba viva. Hoy solo pienso que debí dejar mi llama encendida mucho mas tiempo, llenarla de fuerzas antes de siquiera querer compartirla, saturarla de momentos, experiencias, dolores… ponerla a prueba ante mi, antes de ponerla a prueba ante el poder de cualquier otro. Pero eso ya pasó, vuelvo al punto entonces donde el tiempo sigue pasando y no hay vuelta atrás. La tierra sigue girando y el sol sale y desaparece en el horizonte desde antes que yo existiera e incluso hasta después, cuando ya no esté. No quisiera hacerte daño, ni derribar tus estructuras, pero querido mío, también seguirá pasando incluso cuando tu ya no estés.
Hoy para mí ya no estás, y puedo decir con conocimiento de causa que todo ha seguido pasando, sino tal vez estas palabras no estarían saliendo mientras sonrío incoherente ante lo superfluo del entorno. Entonces recuerdo cuando ya no estuve para muchos y pensé, y sigo pensando muy ingenuamente, que sus vidas se detuvieron, o mejor aún, se quedaron suspendidas en el tiempo eterno de aquellos instantes en los que yo pertenecía. Pertenecer, ese es el dilema. Justo o indeterminado, todo sigue pasando y aunque a veces quisiéramos que todo se detuviera para volver a respirar profundo antes de seguir, eso es solo posible en nuestros hostiles imaginarios, en el paralelismo de nuestras creaciones. No juguemos a la piedad, no hay nada más importante para cada uno que lo propio, entonces te considero justo, porque hiciste lo que debías hacer.
El día sigue pasando y la música acompaña nuestros pensamientos, alguna vez dijiste que esta nos haría libres y te creí, es evidencia de que aun sigues en mí, tu recuerdo me acompaña con el café caliente de la mañana. Mientras tarareo melancólica todas aquellas melodías que me recuerdan a ti, también te dejo ir con cada nota. Es así como comprendo lo que querías decir, con cada segundo que ha pasado desde que te fuiste, con cada palabra dicha, arrepentida, sostenida, arrastrada, mentirosa y engañada, te has ido lentamente y ahora solo quedamos yo y mi café. En este momento, claro, no se que será del próximo.
El primer cigarro de la mañana, las luces se hacen más claras y la música mas estridente. Felicidad, anoche fue una buena noche. Subjetividad absoluta, porque es seguro que si me asomo a la ventana y veo la calle, entre la gente que deambula abrumada por sus propios asuntos, pueda leer en la mirada perdida de algún transeúnte los ojos tristes que caracterizaban los míos hace algunos días. Podría sentir pena por ese, o tal vez no, tal vez me sienta empática y abrace su momento como el mío propio, entonces me sentiré feliz de que hay vida en este mundo y ya no estoy soñando sino viviendo intensamente, rodeada de la sobriedad de lo real y no embriagada entre el engañoso deseo de la añoranza. Añorar, entre la batería hueca y deteriorada de algún músico decadente que cortaría sus venas para hacerse un espacio en el mundo consciente de todos aquellos que no les importa un bledo su sangre, pero que aman tener algo en lo que ocupar su tiempo, ignorantes de la profundidad de sus propias historias.
Patética es la existencia desconocida, pero mas patético es que no haya nada dentro de uno mismo, que no existimos mas allá del otro, no saber que interiormente existe un mundo coloreado por nuestros propios colores, los colores que de niños pintaban los paisajes que se posaban ante nuestros ojos; mar, pájaros, tierra, casas, chimeneas humeantes, nubes abultadas, calles, madres amorosas, peces, olas, estrellas, soles… anecdóticamente somos protagonistas, irreverentemente somos personajes.
Cansada de la bulla huyes por instantes y la música desaparece del escenario actual, entonces me dispongo a continuar con lo próximo. Me he preguntado millones de veces cuando va a ser el momento en el que como por arte de magia, desapareces. Magia, alguna vez me dijiste que éramos magos, que éramos magos juntos cuando hacíamos mágicos los momentos. Después te arrepentiste y dijiste que ya no había magia, que todo era concreto. Momentos, primero fue uno, después fue el siguiente y siguieron pasando, recapacitando sobre las palabras dichas, recayendo sobre los viejos clichés del amor romántico de telenovelas latinas que nos llenaron de estándares creativos basados en la pareja perfecta, en la otra mitad. No necesitamos otras mitades, la magia era entonces compartir nuestra plenitud, nuestras partes completas. Es como esta manzana que tengo en la mano. Primero fue semilla, luego un árbol que le dio sombra a algún pensador desadaptado, luego madre perfecta de la fruta prohibida, la que hoy me alimenta mientras me pierdo en filosofías arcaicas de un catolicismo retrogrado y obtuso. Completa, es una… somos manzanas todos y si quieres la fruta que quieras, finalmente el punto es que eres integralmente tu, integralmente tuyo, integralmente el todo. Yo también mía, pero algunas veces tuya, y para no hacerlo dramático, nuestra. Enredo paranoico de sentirse frágil y derretirse en las manos de otro, deshojar una flor y que solo quede el tallo desnudo, o incluso peor, perder el anhelo siempre mudo de tomar decisiones propias y absolutas que nos hagan responsables de nuestro propio destino.
La tarde es magnética y sospechosa, aun cuando no hay señales claras de algún encuentro siempre esperado, me siento acompañada y me permito seguir andando sola. Soledad, deseo permanente de envolverse en los recuerdos lejanos de quien extraña y sufre. No se trata de timar el concepto, pero no es precisamente eso lo que envuelve esta soledad tan particular. En cambio se acerca más a la necesidad de búsqueda de conceptos propios que se hacen imposibles de definir en compañía de algún otro.
Captamos de esta forma el mensaje divino de vivir completamente encerrados en nuestros cuerpos, la unidad perfecta que rige nuestra permanencia en este plano vivencial. Cuando ya no estés, ya no estarás, el momento llegara inevitablemente aunque soñemos juntos con todo aquello que solo es posible en la presencia del otro, pero al final de esta historia que aun no termina, de mi historia, yo seguiré estando eternamente. Ese entonces se convertiría en mi único para siempre.