miércoles, 13 de febrero de 2013

Walking in line

III

La playa


La arena es blanca, blanca es la arena y nuestros ojos enfurecidos miran el mar, sus aguas azul clarito que se van convirtiendo en el negro de lo lejano, de la distancia, del olvido, de los calamares gigantes que viven en lo profundo.
Te he oído rezar descalza, rezar dormida. Pedirle a la lluvia que te deje morir tranquila. Es tu esperanza y he decidido respetarlo, pero Tina, estar aquí contigo no es el fin en lo absoluto. Si Dios no ha escuchado tus rezos, tampoco ha escuchado mis puntos. He decidido no morir en esta isla verde hoja, donde la arena es blanca, tu piel es seca y mi boca es mansa.

He soñado contigo de nuevo Tina, en mi cama otoñal de día corre el sol y de noche tus sueños. Las sabanas azules marchitas como las hojas antes del invierno, las almohadas frías y ausentes de vida miran directo a la ventana que muestra un cielo inerte. Quisiera no despertar querida, pero la vida en sueños es solo un libro que no conocía el capitalismo.

Quisiera pensar que a veces soy como China, que me podría encerrar en mi y solo abrirme ante el cambio de lo que hay adentro y que un nuevo orden gobierne la voluntad de mis acciones, pero luego me descubro pequeña, me descubro pobre y me descubro persona, entonces abro los ojos para también descubrirme volando en un pequeño avión francés rumbo a alguna selva del Pacífico.

Vuelo en una nube y te recuerdo hermosa, con tu pollera blanca de verano en las costas grises de Uruguay, Costa Azul te abraza y mi bicicleta hace círculos sobre el pavimento caliente, solo para seguir detrás tuyo y verte así, sonriente. El sol en tu cara, tu pelo, la brisa, la arena blanca, las cercas maderadas, tu aliento vivo y en mi Ipod suena Dexy’s Midnight Runners y por su puesto, yo se que tu eres Eileen, querida Tina.

Abro los ojos de nuevo y es un día de lluvia fuera del sueño.

Han cambiado tantas cosas desde que no existes. Ya no vivo en el Sur, ya no vivo escribiendo, ya no tengo curiosidad y a veces pienso que he perdido el deseo.

Un día me contaste, entre vinos, que cuando niña querías un Pony y tu padre te regalo un caballo para complacerte y por supuesto, con la esperanza de que algún día tuvieras un recuerdo mágico de infancia. Maní era dorado y solo respondía a ti, pero el asunto es que te sentiste frustrada cuando Maní creció y descubriste que no era un pony. Me dijiste ese día que la vida no es fácil, que la vida es una trenza de deseos insatisfechos y solo seguimos vivos por la ilusión de verlos realizados.

¿Que pasa entonces si ya no deseo? Pues me duermo, vuelo al mar, a la playa blanca donde nunca estuvimos. Vuelo a la nevada en la que nos conocimos y a veces vuelvo a Manuel, le hablo al oído, me meto en su cama y lo amo por las dos.