La playa
La arena es blanca, blanca es la arena y nuestros ojos enfurecidos miran
el mar, sus aguas azul clarito que se van convirtiendo en el negro de lo
lejano, de la distancia, del olvido, de los calamares gigantes que viven en lo
profundo.
Te he oído rezar descalza, rezar dormida. Pedirle a la lluvia que te
deje morir tranquila. Es tu esperanza y he decidido respetarlo, pero Tina,
estar aquí contigo no es el fin en lo absoluto. Si Dios no ha escuchado tus
rezos, tampoco ha escuchado mis puntos. He decidido no morir en esta isla verde
hoja, donde la arena es blanca, tu piel es seca y mi boca es mansa.
He soñado contigo de nuevo Tina,
en mi cama otoñal de día corre el sol y de noche tus sueños. Las sabanas azules
marchitas como las hojas antes del invierno, las almohadas frías y ausentes de
vida miran directo a la ventana que muestra un cielo inerte. Quisiera no
despertar querida, pero la vida en sueños es solo un libro que no conocía el
capitalismo.
Quisiera pensar que a veces soy
como China, que me podría encerrar en mi y solo abrirme ante el cambio de lo
que hay adentro y que un nuevo orden gobierne la voluntad de mis acciones, pero
luego me descubro pequeña, me descubro pobre y me descubro persona, entonces
abro los ojos para también descubrirme volando en un pequeño avión francés rumbo
a alguna selva del Pacífico.
Vuelo en una nube y te recuerdo hermosa, con tu pollera blanca de
verano en las costas grises de Uruguay, Costa Azul te abraza y mi bicicleta
hace círculos sobre el pavimento caliente, solo para seguir detrás tuyo y verte
así, sonriente. El sol en tu cara, tu pelo, la brisa, la arena blanca, las cercas
maderadas, tu aliento vivo y en mi Ipod suena Dexy’s Midnight Runners y por su
puesto, yo se que tu eres Eileen, querida Tina.
Abro los ojos de nuevo y es un día
de lluvia fuera del sueño.
Han cambiado tantas cosas desde
que no existes. Ya no vivo en el Sur, ya no vivo escribiendo, ya no tengo
curiosidad y a veces pienso que he perdido el deseo.
Un día me contaste, entre vinos,
que cuando niña querías un Pony y tu padre te regalo un caballo para
complacerte y por supuesto, con la esperanza de que algún día tuvieras un
recuerdo mágico de infancia. Maní era dorado y solo respondía a ti, pero el
asunto es que te sentiste frustrada cuando Maní creció y descubriste que no era
un pony. Me dijiste ese día que la vida no es fácil, que la vida es una trenza
de deseos insatisfechos y solo seguimos vivos por la ilusión de verlos
realizados.
¿Que pasa entonces si ya no
deseo? Pues me duermo, vuelo al mar, a la playa blanca donde nunca estuvimos.
Vuelo a la nevada en la que nos conocimos y a veces vuelvo a Manuel, le hablo
al oído, me meto en su cama y lo amo por las dos.